No era Cádiz o Málaga, tampoco era Sevilla, sino que era Córdoba, una
Córdoba volcada a raudales en una manifestación de fe mariana que la ponía a la
altura que se merece, porque Córdoba también es mariana de corazón. Si alguna
vez se ha dicho que en Córdoba no se manifiesta la pasión hacia la Madre de Dios
como en otros lugares de Andalucía, el sábado por la tarde todo cambió. Los
cordobeses, y los que de otros lugares de España acompañaban a la Reina
Carmelitana, pusieron el calor del corazón más alto que el de los
termómetros.
Las flores, los fuegos, los mantones, las colgaduras,... todo se desplegó
al paso de la Señora del Carmen Coronada, EMPERATRIZ CORDOBESA,
que era esperada ansiadamente por toda la ciudad. Una ciudad que no le dio
ningún reparo en vitorearla, gritarle, lanzarle vivas, cantarle sevillanas
compuestas para Ella, arroparla con lluvias de pétalos, cantos jubilosos, calles
por donde no se podía transitar desde la salida hasta la Cuesta donde
vive.
Cada calle o plaza parecía pequeña para la multitudinaria presencia de
fieles con escapularios, con los ojos brillantes de emoción. Y los había de
todas las edades, desde los más pequeños con sus miradas relucientes hasta los
jóvenes y personas maduras criadas al amparo del hábito marrón de sus abuelos y
antepasados.
Que no se acabara, es lo que pensaban todos. Y es así, no se acabará nunca,
porque se ha quedado grabado en lo más íntimo del corazón de todos los miles de
fieles que estuvieron esa tarde con Ella. Córdoba enseñó a todos que también
sabe querer a la Virgen como se quiere en esta tierra de María Santísima.
Gracias por todo, EMPERATRIZ CARMELITANA.
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