No lo sabemos pero lo podemos intuir, la mirada complacida del Sr. Obispo D.
Demetrio hacia la Madre del Carmelo manifiesta el sentimiento de acción de
gracias. La satisfacción por vivir un momento tan emocionante en su episcopado,
como el de Coronar a la Reina y Hermosura del Carmelo. Embelesado ante la
singular belleza cordobesa de la Niña de San Cayetano, entra en oración, seguro
que pidiéndole por todos sus hijos de la Diócesis de Córdoba, por las familias
que lo están pasando mal, por todos los necesitados, por los sacerdotes y
religiosos, por las filas que se acercan a los comedores que llevan los
religiosos de la ciudad, por todos los jóvenes y por los más pequeños, por el
cariño y la ternura hacia los ancianos, por los enfermos y los moribundos,
también por los que no creen o andan perdidos. Seguro que en esos segundos le
dio tiempo a pedir por todos, nadie se ha quedado fuera.
Y después de la
oración, el beso. Nada hay más hermoso que el beso que sale de lo más profundo
del corazón, es la expresión del amor más sincero. Un beso al misterio de Dios
en la Encarnación del Verbo, en el Niño Divino. Ese día se unieron la oración y
el beso del sucesor de los apóstoles ante Aquella que los unió a todos en
Pentecostés.
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